miércoles, 25 de enero de 2012

Theo Angelopoulos. Tiempo y memoria


Me entero por la prensa del fallecimiento del director de cine griego Theo Angelopoulos, atropellado por una moto en el barrio ateniense de Drapetsona cuando buscaba localizaciones para su último proyecto cinematográfico, El otro mar. Hace unos años, precisamente a raíz del lanzamiento en formato dvd de varias de sus películas, escribí un pequeño texto introductorio y divulgativo sobre su, por entonces, trayectoria fílmica. Lo rescato -abreviado- en este blog, en recuerdo del gran Theo.


Theo Angelopoulos. Tiempo y memoria*

La cinematografía griega sigue siendo a estas alturas una gran desconocida. Poco sabemos y poco hemos visto de su producción anterior a la segunda mitad del siglo XX, y no será hasta la década de los 50 que irrumpa el primero de sus grandes realizadores: Michael Cacoyannis. En 1955 el greco-chipriota presentaba con éxito en el Festival de Cannes Stella con los guantes rojos, film que le abriría las puertas al mercado internacional. A éste le seguirían, sobre todo, sus cuatro películas más representativas, temáticamente muy personales y muy griegas pero con repartos muy atractivos para el público general, que no son otras que la trilogía Electra (1962), Las troyanas (1971) e Ifigenia (1976), basadas en textos de Eurípides, y su film más conocido, Zorba el griego (1964), según la novela de Nikos Kazantzakis, con el que estuvo nominado al Oscar al mejor director. Los años 60 serán especialmente buenos para el cine griego, junto a Cacoyannis aparecerán en escena realizadores como Robert Manthulis, Vasilis Georgiadis o el desterrado por el maccarthismo Jules Dassin que en tierras helenas y junto a su mujer Melina Mercouri realizaría, entre otras, las significativas Nunca es domingo (1960) y Fedra (1962).

A esta fructífera etapa seguiría un periodo de crisis que, como en muchos otros países, tuvo en la aparición y proliferación del medio televisivo su principal causa. Paralelamente entrarán en escena nuevos realizadores como Nikos Panayotopoulos, Pantelis Voulgaris o el más importante de todos, Theo Angelopoulos, curtido cinematográficamente en los fértiles ambientes culturales del París de los 60. Su primer largometraje es La reconstrucción (1970), film modesto basado en hechos reales –un crimen en un mísero y marginado ambiente rural- que se presentó con éxito en diversos festivales europeos. Le seguirían tres films que la crítica –no Angelopoulos- ha agrupado como trilogía con el nexo común de ofrecer una visión crítica de la historia griega contemporánea: Días del 36 (1972), El viaje de los comediantes (1975) y Los cazadores (1977). En el primero de ellos aborda desde la metáfora el presente político de la conocida “Dictadura de los Coroneles”, a través de una trama político-policial contextualizada en los meses previos al ascenso al poder del dictador general Metaxas en 1936. El viaje de los comediantes es un film plagado de referentes mitológicos, culturales e históricos que analiza el período 1936-1952 centrándose en el periplo de una familia de cómicos que recorren el país representando siempre la misma obra teatral. Un film clave en la filmografía de Angelopoulos, el que le otorgó los primeros reconocimientos unánimes y el que marcó el inicio de su prestigio como realizador. En Los cazadores vuelven los fantasmas pretéritos cuando sus protagonistas, unos burgueses que han decidido dedicar unas jornadas a la caza, descubren por casualidad el cadáver de un partisano muerto durante la contienda civil de 1947-1949. Nuevamente el pasado surge desde el presente en un destacable ejercicio de reflexión histórica y política.

En 1980 Angelopoulos presentaría Alejandro el Grande, una revitalización del mito del gran conquistador macedonio a través de dos personajes reales de la reciente historia griega: un libertador durante las revueltas independentistas contra Turquía y un partisano que creyéndose la reencarnación del conquistador se sublevó contra los invasores nazis. Revitalización de la que se sirve Angelopoulos para desprestigiar el mito de las izquierdas y demostrar que lo revolucionario una vez instalado en el poder suele sucumbir y transformarse en totalitarismo. Durante la década de los 80 comenzaría su colaboración con el guionista Tonino Guerra, colaborador de Francesco Rosi, Michelangelo Antonioni y Federico Fellini. A partir de ese momento su cine dejaría de ser tan marcadamente político para pasar a ser mucho más intimista y poético. En Viaje a Citera (1984) una trama de cine dentro del cine presenta a un antiguo combatiente en la guerra civil que regresa a Grecia tras un largo exilio en la Unión Soviética, encontrándose con una sociedad hostil que parece haber olvidado su pasado. Es para Angelopoulos un film sobre “el silencio del pasado”, una mirada a una época de apariencias –la actual- desligada autoconscientemente de su pasado. La reflexión sobre el silencio continúa en El apicultor (1986), esta vez “el silencio del amor” en una película que narra el desencanto de una generación que ha visto irrealizados todos sus ideales sociales y políticos. Su historia gira en torno a un maestro de escuela que decide dejar su trabajo y su familia para volver a las raíces, autoexiliándose en un pequeño pueblo y dedicándose a la apicultura. Es la historia de un retorno, de un retorno al pasado. La tercera de las películas de esta década será Paisaje en la niebla (1988) que presenta dos de los temas constantes de Angelopoulos, por un lado el tema de la búsqueda del padre y por otro el del viaje. El viaje que emprenden dos niños a la búsqueda de un supuesto padre que emigró a la industrial Alemania. Un viaje entre real e imaginario que, como en una fábula, se convierte en un recorrido iniciático –más sufrido que grato- para los dos jóvenes protagonistas.

Estos films de los 80, quizá más intimistas, dan paso a un Angelopoulos nuevamente preocupado por lo histórico y lo social, y muy especialmente centrado en un acontecimiento que se convertirá en una constante de sus últimas películas: el conflicto de los Balcanes. En 1991 presenta El paso suspendido de la cigüeña donde el desalentador panorama balcánico, con refugiados, fronteras, guerras y conflictos religiosos, sirve de marco para la historia de un periodista que por casualidad descubre entre los refugiados que se ha propuesto filmar a un político griego (un fantasma) que desapareció misteriosamente de la escena pública. Crisis personales y crisis políticas –el fin de los nacionalismos comunistas- reaparecen en esta película con la que se inicia la última etapa del cine de Angelopoulos. Su film más conocido y reconocido será el siguiente, La mirada de Ulises (1995): un director de cine griego regresa a su país después de un exilio de 35 años en Estados Unidos. La excusa de este retorno es la presentación de su nueva película, y el verdadero motivo es su obsesión por el primigenio cine de los hermanos Manakis. Sabedor de que esas primeras películas se encuentran archivadas en algún lugar de los Balcanes, decide partir en su búsqueda afrontando un largo viaje símil del que llevó a cabo el mítico Ulises. Con La mirada de Ulises Angelopoulos prolonga esa mirada hacia el conflicto balcánico, al tiempo que reflexiona (nuevamente) sobre el pasado, sobre el sentido de la historia, sobre lo ficticio (el cine) y lo real, y muy especialmente sobre la cultura literaria, con referencias claras a, evidentemente, La Odisea pero también a autores como Dante, Borges, Ivo Andric o Giorgos Seferis.

Tres años después Angelopoulos rodaría otro film excepcional, La eternidad y un día (1998). Film intimista y existencial que deja la reflexión colectiva para centrarse en los recuerdos y las vivencias de un individuo: Alexandros, un escritor que se dispone a vivir el último día de su vida. Para ello recurre a sus recuerdos, a los felices días vividos en su infancia y junto a su mujer. La “eternidad” de esos pensamientos chocará con la realidad que se le presenta: el encuentro con un niño refugiado albanés que volverá a situarlo en un presente del que ha querido huir con el recuerdo. Nuevamente el choque entre lo imaginario y lo real, y de nuevo el viaje, esta vez un doble viaje: hacia la frontera albana acompañando al niño, y hacia el final de una vida.

La filmografía de Angelopoulos se cierra, por ahora, con Eleni (2004), la primera parte de una nueva trilogía dedicada a la historia de la Grecia del siglo XX. Narra la historia de amor entre Alexis y Eleni, dos jóvenes refugiados griegos que huyen de la entrada del Ejército Rojo en Odessa, instalándose en su país de origen. Una historia que se inicia en 1919 y se prolonga hasta el estallido de la Guerra Civil griega en 1949. Un nuevo ejercicio de memoria histórica, salpicado de claras alusiones mitológicas y de ecos de autoexperiencia, como indicó en su día el propio realizador al identificar a la protagonista, Eleni, con su propia madre. Lo más destacable empero es el gran tratamiento estético de la película, con una utilización constante y espectacular del plano-secuencia, de unos encuadres preciosistas, de unos pausados movimientos de cámara y de una tenue iluminación; recursos éstos habitualmente empleados en toda la filmografía del realizador heleno.

* Artículo publicado originalmente en la revista especializada DVD Actualidad, núm. 69, octubre de 2005.

Nacho García Morcillo